«El lector, distraído por la vanidad…»: crítica del lector en Ficciones de Borges



El lector, sobra decirlo, es el gran protagonista de la obra de Borges. En sus cuentos abundan los lectores y los actos de lectura: lectores que rescriben las obras que leen (“Pierre Menard, autor del Quijote”), lectores de textos insensatos que angustiosamente buscan un sentido (“La Biblioteca de Babel”), maestros de lectura que pacientemente descubren el significado de un libro (“El jardín de senderos que se bifurcan”), arqueólogos de la lectura (“El inmortal”), lectores religiosos que intentan descifrar el mensaje divino (“La escritura del dios”), lectores pedestres e ineficaces (“El Aleph”)…, por mencionar solo algunos casos célebres de sus obras maestras, Ficciones y El Aleph.            

La obra de Borges contiene el elogio del lector, pero también su crítica. No hace falta recordar la opinión expresada en el prólogo a la primera edición de Historia universal de la infamia, en 1935: “a veces creo que los buenos lectores son cisnes aun más tenebrosos y singulares que los buenos autores” (2011, p. 9), que tempranamente resalta la exigente idea borgeana del lector (y se entiende que si los buenos lectores son tan pocos, los malos son legión). Es precisamente la crítica del lector la que me interesa en este trabajo, centrado en dos cuentos de Ficciones: “Examen de la obra de Herbert Quain” y “La muerte y la brújula”.

El resto del artículo se encuentra en el libro colectivo Escrituras desbordadas: variaciones sobre el pensamiento literario, disponible en https://libros.uv.mx/index.php/UV/catalog/book/BI418

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